UN MILLÓN DE SUICIDAS
VOCES ESCOLARES
REPORTAJE AL SUICIDIO
"Si tú lloras, yo también"
Todos hemos visto alguna vez que un niño se ponga a llorar y otro lo imite casi inmediatamente. O cómo se contagian la risa. Es lo que se llama empatía, o facultad para comprender las emociones y sentimientos de los otros. Gracias a la empatía el niño llega a identificarse con los demás y puede manifestar solidaridad. Los padres podemos contribuir a desarrollar esta conducta que le ayudará enormemente en sus relaciones personales.
La palabra empatía proviene del término griego empatheia que significa sentir dentro. Este término fue utilizado por primera vez en los años veinte por el psicólogo norteamericano E. B. Titchener para definir la imitación motriz que se observa en niños muy pequeños frente al sufrimiento ajeno. Es común observar como un niño de apenas un año de edad rompe a llorar cuando ve a otro niño llorando, o se lleva la mano a la boca al ver a un niño que se ha lastimado los dedos. Las raíces de la empatía las encontramos en la más temprana infancia en las manifestaciones que los niños tienen frente a las emociones de los demás.
En el desarrollo de la empatía encontramos tres etapas bien diferenciadas.
- En la primera infancia es una empatía más física, más imitativa en el sentido corporal.
- A partir de los cinco o seis años el niño muestra una empatía más madura. Ya es capaz de responder al estado emocional de otra persona porque ha desarrollado un modelo interno de sentimientos que podrá usar para comprender a los demás.
- Entre los diez y los doce años aparece la empatía abstracta o social. El interés por grupos desfavorecidos o marginales puede determinar su colaboración en actos caritativos o altruistas.
Desarrollar la empatía en el niño
La empatía hace referencia a la facultad de comprender las emociones y los sentimientos de otro por un proceso de identificación con su realidad.
Los niños empáticos son más populares, tienen menos dificultades para las relaciones sociales y acostumbran a tener éxito en la escuela y en el trabajo.
Desarrollar esta capacidad en ellos requiere que la trabajemos en casa y podemos hacerlo: Siendo modelos adecuados de coducta empática. Sobre todo en los momentos en los que las relaciones con los hijos se hacen difíciles. En cualquier situación de conflicto suele haber dos partes y dos puntos de vista. El enfrentamiento entre las partes a menudo lleva a la tensión y a la ruptura, aunque sea momentánea, de la relación. La empatía puede ser el medio que, dejando de lado por un instante nuestra percepción del problema, nos ayudará a intentar sumergirnos de verdad en los sentimientos de nuestro hijo, a conectar con él y con el torrente emocional que se le ha despertado dentro. Sólo así podremos ser capaces de comprender realmente qué es lo que le sucede, al margen de que estemos o no de acuerdo o de que aprobemos o no sus acciones. Después ya resolveremos lo que haya que resolver, primero hemos de ser capaces de sentir como él siente, de ponernos en su lugar e intentar comprender por qué ha actuado o ha hablado como lo ha hecho. Sólo así podremos disolver nuestro enfado y abrir de nuevo la puerta de la comunicación.
Teniendo unas expectativas altas de lo que esperamos de nuestros hijos en lo que se refiere a la responsabilidad y la consideración hacia los demás. Los niños tienden a mostrarse empáticos de manera natural. Alimentar la amabilidad, el respeto y la colaboración alabando sus iniciativas en este campo son tareas imprescindibles que deben empezar en el hogar. Cuando son pequeños pueden ayudar a poner la mesa, colaborar cuando vamos de compras, recoger una cosa del suelo que se le ha caído a alguien, o visitar a un amigo de clase que está enfermo. A medida que van creciendo, además de colaborar en casa, tenemos: cuidar una mascota, mantener correspondencia con personas de otros países que vivan realidades sociales y personales diferentes, o colaborar con alguna organización local de ayuda a los demás o de protección de la naturaleza, que son algunos ejemplos de las muchas cosas que podemos hacer con nuestros hijos para ayudarles a desarrollar la empatía hacia los demás, una habilidad imprescindible para la convivencia y el bienestar personal.
Los niños con un alto grado de empatía tienden a ser menos agresivos, son más populares entre los compañeros y los amigos, y son más dados a colaborar y compartir. Cuando crecen, tienen una mayor capacidad para desarrollar relaciones estables con su pareja, sus amigos y sus hijos.
Tener un hijo emocionalmente bien sintonizado requiere enfatizar en el aprendizaje de las respuestas emocionales tanto de las nuestras hacia él como de las suyas hacia los demás. Con ello garantizaremos que estamos cubriendo las dos áreas principales de incidencia de la empatía: la que tiene que ver con la respuesta emocional ante la alegría, la tristeza o el dolor de los demás y que el niño aprende por imitación; y la que se relaciona con la respuesta cognoscitiva que mueve al niño a actuar apoyando o ayudando a otros cuando lo necesitan.
Recordemos que la empatía es un instrumento inmejorable para conectar con el universo emocional de quienes nos rodean. Aprovechémosla y dejémosla crecer en nuestro interior. Sus frutos nos acompañarán junto a nuestros hijos durante muchos años.
CONSEJOS PRACTICOS:
Los padres de niños muy pequeños pueden ayudarles a desarrollar las raíces de la empatía respondiendo a las expresiones faciales y auditivas de los bebés. Responder a un gritito de alegría, cogerles y acariciarles cuando se han hecho daño, sonreírles y abrazarles cuando nos sonríen, son mínimos ejemplos de las infinitas situaciones vividas con los bebés en las que responder adecuadamente ayudará a nuestro hijo en su desarrollo emocional.
A medida que los niños crecen funciona muy bien tener en casa un diario en el que anotemos cada día cosas que cada uno de los miembros de la familia hayamos hecho por los demás: ayudar a un compañero de clase, subir la compra, consolar al amigo que ha perdido a su mascota, ceder el asiento en el autobús, o acompañar al vecino al médico. Cuando los niños se hacen conscientes de que ayudar a otros es bueno para todos, aumentan sus deseos de colaboración y de participación en todos los ámbitos.
A medida que los niños crecen funciona muy bien tener en casa un diario en el que anotemos cada día cosas que cada uno de los miembros de la familia hayamos hecho por los demás: ayudar a un compañero de clase, subir la compra, consolar al amigo que ha perdido a su mascota, ceder el asiento en el autobús, o acompañar al vecino al médico. Cuando los niños se hacen conscientes de que ayudar a otros es bueno para todos, aumentan sus deseos de colaboración y de participación en todos los ámbitos.
Las respuestas empáticas que a veces necesitamos como padres en momentos de conflicto con los hijos no siempre surgen espontáneamente. A veces puede ayudarnos recordar una situación similar a la que nuestro hijo está viviendo que nos sucedió a nosotros en nuestra infancia o adolescencia. La cita que sigue es de Goethe y en ella nos advierte de forma inmejorable, que la capacidad de recordar nuestra conducta pasada nos ayudará en el presente a comprender mejor y más profundamente a nuestros hijos:
"Dime, ¿cómo soportas tan cómodamente la arrogante conducta de la exasperante juventud? Si otrora también yo no me hubiese comportado insoportablemente, en verdad qué insoportables serían." Si queremos modificar nuestra conducta con actitudes más empáticas de las mostradas hasta ahora, seamos pacientes. Empecemos por descubrir nuestros propios sentimientos, sintonicemos con ellos si no lo hacemos habitualmente. Reconocer sentimientos ajenos pasa necesariamente por el conocimiento de los propios.
El mejor de los consejos en lo que se refiere a la empatía es, sin duda, que la vivamos. La imitación de nuestras conductas por parte de nuestros hijos en lo que se refiere a la empatía es la mejor de las enseñanzas que podemos ofrecerles.
Carmen Herrera García
El Fundamento de la Capacidad de Amar
Empatía es la capacidad de entender el mundo desde el punto de vista de otra persona, y la motivación a tratar a los demás amablemente basados en tal entendimiento.
Se ha sugerido que la motivación a tratar a las otras personas amablemente ocurre porque la persona empática siente los sentimientos de las otras personas.
La empatía es la base fundamental de la capacidad de amar, y, por lo tanto, ocupa una posición central en el buen carácter.
Los individuos con trastorno de personalidad antisocial carecen de empatía. Los que tienen adicciones tienen la empatía afectada, y los niños con ADHD tienen dificultades desarrollando empatía. Otras personas trastornadas (narcisistas), también carecen totalmente de la capacidad de ponerse en el lugar de otras personas.
Es interesante observar que quienes tienen trastorno de personalidad antisocial tienen la capacidad de entender el punto de vista de otros. También pueden ser diestros en la manipulación– el arte de usar este entendimiento para la explotación
La empatía es una destreza aprendida.
El desarrollo de la empatía comienza muy temprano en la vida. Las semillas de la empatía son plantadas a través de la crianza durante el período de la infancia. La empatía empieza a crecer durante los años preescolares. Sin embargo, es durante los años de la escuela primaria que la empatía o la callosidad emocional echan raíces. Los adolescentes empáticos florecen y brindan dicha a quienes les rodean. Los adolescentes que carecen de empatía son como arbustos con espinas, a los que la gente trata de evitar.
Una canción popular dice, “Me siento triste cuando estás triste, me siento feliz cuando estás feliz. Si tan sólo supieras lo que estoy pasando, no puedo sonreír sin ti.” Esta canción describe lo que es sentir empatía por una persona amada. También describe como se siente su niño hacia usted. Cuando los padres expresan mucha tristeza (por depresión), o enojo (por fallas en el control de impulsos y conflictos de pareja), los niños son afectados. Los niños “a riesgo” están más predispuestos a sentirse sobrecargados por las emociones porque no nacieron con un buen “centro de control”.
La sobrecarga de emociones interfiere con el desarrollo de la empatía. Ya que los niños “a riesgo” no pueden lidiar bien con todas esas emociones, desarrollan el hábito de ignorar sus sentimientos.
La sobrecarga de emociones interfiere con el desarrollo de la empatía. Ya que los niños “a riesgo” no pueden lidiar bien con todas esas emociones, desarrollan el hábito de ignorar sus sentimientos.
Igual que cualquier otra destreza que aprenden los niños (como aprender a leer o a tocar un instrumento musical), la destreza de la empatía requiere práctica. Las destrezas que no se practican se van debilitando, y las habilidades pueden perderse.
Los niños que se encuentran bajo estrés debido a situaciones difíciles o traumáticas no están en buena posición para practicar empatía.
De manera similar, los niños que están enfocados en competir y en afirmar dominio social no practican empatía. Para practicar empatía, los niños tienen que estar en un estado de ánimo afectuoso. (¡Esto también aplica a los padres de familia!).
Sin la destreza de la empatía, un niño no puede ser un esposo o padre cariñoso cuando crezca.
A los niños varones se les enseña a ser competitivos y agresivos. La televisión que ven, y los juegos, especialmente muchos video juegos, muestran violencia y les hacen practicar el ignorar sus sentimientos empáticos. No debe extrañarnos entonces que, especialmente los varones, tengan dificultades desarrollando empatía.
Los padres de familia nos dicen, "Doctora, no quiero que mi niño sea un debilucho." ¡Enseñarle a los varones la destreza de la empatía no lo hace un debilucho! El no enseñarle a los varones esta destreza les roba su capacidad de amar.En lugar de alentar a sus niños a ser competitivos y agresivos, anímeles a hacer muchas cosas bien.
Los niños que se sienten capaces en la escuela, los deportes, la música y/o el arte pueden ser amables y empáticos. En otras palabras, enséñele a su niño a competir consigo mismo y a hacer lo mejor que pueda, en lugar de tratar de superar a los demás.
Sentirse capaz y la empatía van mano a mano.
La empatía es parte de la inteligencia emocional. Por lo tanto, la persona empática es más inteligente.
AMAR Y SERVIR
Cada uno de nosotros
tiene una tarea específica
en la difusión del bien…
Prepárate para trabajar,
porque los deberes
son muchos e importantes
y son pocos los que
tienen conciencia de ellos…
Para que puedas
triunfar en la vida,
hay dos peldaños
de suma importancia,
“Amar y Servir”…
Jamás te desanimes
en la conquista
de los valores del alma
y procura en todas las circunstancias
“Amar y Servir”
Procura dar más
de lo que puedas…
una buena palabra…
una sonrisa…
un gesto de estímulo…
un pensamiento generoso;
y sentirás una gran verdad;
es mucho mejor dar que recibir…
Extiendes tus brazos generosos
para cultivar el bien,
así podrás recoger
frutos abundantes
de felicidad y de amor…
La mayor satisfacción
que puedas conocer
en la vida es:
¡La felicidad es dar!
tiene una tarea específica
en la difusión del bien…
Prepárate para trabajar,
porque los deberes
son muchos e importantes
y son pocos los que
tienen conciencia de ellos…
Para que puedas
triunfar en la vida,
hay dos peldaños
de suma importancia,
“Amar y Servir”…
Jamás te desanimes
en la conquista
de los valores del alma
y procura en todas las circunstancias
“Amar y Servir”
Procura dar más
de lo que puedas…
una buena palabra…
una sonrisa…
un gesto de estímulo…
un pensamiento generoso;
y sentirás una gran verdad;
es mucho mejor dar que recibir…
Extiendes tus brazos generosos
para cultivar el bien,
así podrás recoger
frutos abundantes
de felicidad y de amor…
La mayor satisfacción
que puedas conocer
en la vida es:
¡La felicidad es dar!
Civilización empática
El autor cuestiona la creencia arraigada de que los seres humanos son agresivos, materialistas, utilaristas y egoístas por naturaleza. Los nuevos descubrimientos que ponen de manifiesto la conciencia global de la acción humana.
Ultimamente está de moda poner en duda que haya un significado subyacente a la historia humana que impregne y trascienda las diversas narraciones culturales que forman la variada historia de nuestra especie y que ofrezca el adhesivo social para cada una de nuestras odiseas.Es muy probable que estos pensamientos provoquen una mueca colectiva en muchos estudiosos posmodernos. Pero las pruebas indican que puede haber un tema subyacente a todo el periplo humano.
Nuestros cronistas oficiales —los historiadores— han desestimado de plano la empatía como fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana. En general, los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales. Cuando mencionan la filosofía, suelen hacerlo en relación con el poder.
Muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad.
El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel dijo en una ocasión: «La historia no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco» porque constituyen «períodos de armonía». Las personas felices suelen vivir en el «micromundo» de las relaciones familiares y las afiliaciones sociales.
En cambio, la historia la suelen hacer los insatisfechos y los descontentos, los airados y los rebeldes, los que desean ejercer la autoridad y explotar a otros, los interesados en reparar agravios y restablecer la justicia. Desde este punto de vista, gran parte de la historia escrita gira en torno a la patología del poder.
Ultimamente está de moda poner en duda que haya un significado subyacente a la historia humana que impregne y trascienda las diversas narraciones culturales que forman la variada historia de nuestra especie y que ofrezca el adhesivo social para cada una de nuestras odiseas.Es muy probable que estos pensamientos provoquen una mueca colectiva en muchos estudiosos posmodernos. Pero las pruebas indican que puede haber un tema subyacente a todo el periplo humano.
Nuestros cronistas oficiales —los historiadores— han desestimado de plano la empatía como fuerza motriz en el desarrollo de la historia humana. En general, los historiadores escriben sobre guerras y otros conflictos sociales, sobre grandes héroes y grandes malvados, sobre el progreso tecnológico y el ejercicio del poder, sobre injusticias económicas y sociales. Cuando mencionan la filosofía, suelen hacerlo en relación con el poder.
Muy rara vez los oímos hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad.
El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel dijo en una ocasión: «La historia no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco» porque constituyen «períodos de armonía». Las personas felices suelen vivir en el «micromundo» de las relaciones familiares y las afiliaciones sociales.
En cambio, la historia la suelen hacer los insatisfechos y los descontentos, los airados y los rebeldes, los que desean ejercer la autoridad y explotar a otros, los interesados en reparar agravios y restablecer la justicia. Desde este punto de vista, gran parte de la historia escrita gira en torno a la patología del poder.
Memoria colectiva
Quizá por esta razón hacemos un análisis tan sombrío al reflexionar sobre la naturaleza del ser humano. Nuestra memoria colectiva se mide por crisis y calamidades, por injusticias sangrantes y episodios de crueldad con otros seres humanos, con los restantes seres vivos y con la Tierra que habitamos. Pero si fueran éstos los elementos que definen la experiencia humana, ya haría mucho tiempo que nuestra especie habría perecido.
Todo esto plantea una pregunta: ¿por qué hemos acabado contemplando la vida de un modo tan negativo? La respuesta es que los relatos de maldades y tragedias nos sorprenden. Al ser inesperados, nos provocan inquietud y hacen crecer nuestro interés porque son sucesos nuevos y no constituyen la norma; pero tienen atractivo periodístico y por esta razón pasan a la historia.
El mundo cotidiano es totalmente diferente. Aunque la vida diaria está salpicada de sufrimiento, de tensiones, de injusticias y delitos, en general también abunda en actos sencillos de generosidad y bondad. Los actos que brindan consuelo y compasión engendran buena voluntad, forman vínculos sociales y traen alegría a la vida de la gente. Gran parte de las interacciones diarias con nuestros semejantes son empáticas porque ello forma parte de nuestra naturaleza.
La empatía es el medio por el que creamos vida social y hacemos que progrese la civilización. En resumen, aunque no haya recibido de los historiadores la atención que de verdad merece, la extraordinaria evolución de la conciencia empática es la narración por excelencia que subyace en la historia humana.
Hay otra razón por la que la empatía no se ha estudiado a fondo en todos sus detalles antropológicos e históricos. El problema reside en el proceso evolutivo mismo. La conciencia empática se ha ido desarrollando lentamente durante los 175.000 años de la historia humana. En ocasiones, ha florecido para desvanecerse después durante largos períodos de tiempo. Su evolución ha sido irregular, pero su trayectoria es clara. El desarrollo empático y el desarrollo de la individualidad van de la mano y acompañan las estructuras sociales consumidoras de energía cada vez más complejas que han conformado el periplo humano.
Puesto que el desarrollo de la individualidad está tan ligado al desarrollo de la conciencia empática, la palabra empatía no pasó a formar parte del vocabulario humano hasta 1909, más o menos cuando la psicología moderna empezó a estudiar la dinámica interna del inconsciente y la conciencia misma. En otras palabras, el ser humano no pudo reconocer la existencia de la empatía, hallar las metáforas adecuadas para hablar de ella y explorar a fondo sus múltiples significados hasta que su individualidad se desarrolló lo suficiente para permitirle reflexionar sobre la naturaleza de sus pensamientos y sentimientos más íntimos en relación con los pensamientos y sentimientos más íntimos de los demás.
Debemos tener presente que sólo seis generaciones atrás nuestros antepasados —que vivieron hacia la década de 1880— no habían sido aculturados para pensar terapéuticamente. Mis propios abuelos eran incapaces de examinar sus pensamientos y sentimientos para analizar cómo influían sus relaciones y experiencias emocionales pasadas en su conducta con los demás y en su sentido de identidad personal. No se les había enseñado la noción de las pulsiones inconscientes ni palabras como transferencia o proyección.
Hoy, cien años después del inicio de la edad de la psicología, los jóvenes están plenamente inmersos en la conciencia terapéutica y se sienten a gusto reflexionando y analizando sus sentimientos, sus emociones y sus pensamientos más íntimos, así como los sentimientos, las emociones y los pensamientos de los demás.
Sentimientos morales
El precursor de la palabra inglesa empathy fue el término sympathy («lástima, compasión»), que se puso de moda durante la Ilustración europea. El economista escocés Adam Smith escribió un libro sobre los sentimientos morales, en 1759. Aunque Smith es mucho más conocido por su teoría del mercado, dedicó mucha atención a las emociones humanas. Para Smith, Hume y otros filósofos y escritores de la época, sentir sympathy hacia una persona significaba lamentar su desdicha. La empatía comparte cierto territorio emocional con la palabra sympathy así entendida, pero es muy diferente de ella.
El término empatía deriva de la palabra alemana Einfühlung, acuñada por Robert Vischer en 1872 y empleada en la estética alemana. El término Einfühlung se refiere a cómo proyecta el observador su sensibilidad en un objeto de adoración o contemplación, y es una forma de explicar cómo se llega a apreciar y disfrutar la belleza de una obra de arte. El filósofo e historiador alemán Wilhelm Dilthey tomó este término de la estética y lo empezó a utilizar para describir el proceso mental por el que una persona entra en el ser de otra y acaba sabiendo cómo siente y cómo piensa.
En 1909, el psicólogo estadounidense E. B. Titchener tradujo Einfühlung a una nueva palabra inglesa, empathy. Estando en Europa, Titchener había estudiado con Wilhelm Wundt, el padre de la psicología moderna. Como muchos psicólogos jóvenes de la época, Titchener estaba especialmente interesado en el concepto básico de la introspección, es decir, en el proceso por el que una persona examina sus sentimientos, impulsos, emociones y pensamientos para intentar entender su propia identidad e individualidad. El sufijo -patía de la palabra empatía indica que entramos en el estado emocional de otra persona que sufre y que sentimos su dolor como si fuera nuestro.
A medida que la palabra empatía se fue introduciendo en la cultura popular psicológica de los círculos cosmopolitas de Viena, Londres, Nueva York y otros lugares, no tardaron en aparecer derivados de ella, como empático y empatizar. A diferencia de sympathy, que es más pasiva, la empatía supone una participación activa: la voluntad del observador de tomar parte en la experiencia de otra persona, de compartir la sensación de esa experiencia.
La empatía era un concepto nuevo con mucha fuerza y pronto se convirtió en objeto de debate entre los especialistas. Los que tendían a un enfoque más racional propio de la Ilustración enseguida intentaron despojarla de su contenido afectivo, dando a entender que la empatía es una función cognitiva «cableada» en el cerebro que exige un ajuste cultural. Para el filósofo y psicólogo estadounidense George Herbert Mead, todo ser humano adopta el rol de otro para evaluar sus pensamientos, su conducta y sus intenciones con el fin de dar una respuesta adecuada.
Jean Piaget, el psicólogo especializado en el desarrollo infantil, estaba de acuerdo con Mead. Según Piaget, el niño se hace cada vez más experto en «leer» a los demás para establecer relaciones sociales. En sus teorías, los partidarios de la visión cognitiva llegaron a sugerir —aunque no abiertamente— que la empatía tiene un valor instrumental porque permite «tomarle la medida» al otro para promover el propio interés social y mantener unas relaciones sociales adecuadas.
Para otros psicólogos más tendentes al romanticismo, la empatía era un estado básicamente afectivo o emocional con un componente cognitivo. El observador empático no se fusiona con la experiencia del otro perdiendo su sentido de identidad personal, ni lee de una manera fría y objetiva la experiencia del otro como si fuera una forma de reunir información que pudiera servir a sus propios intereses. Como señala el profesor de psicología Martin L. Hoffman, la empatía es más profunda. Hoffman define la empatía como «los procesos psicológicos que hacen que una persona tenga sentimientos más congruentes con la situación de otra persona que con la suya propia».
Hoffman y otros no pasan por alto el papel que desempeña la cognición en lo que los psicólogos llaman «precisión empática». Sin embargo, tienden a contemplar la empatía como una respuesta total al sufrimiento de otra persona, desencadenada por una participación emocional profunda del estado de esa persona, que va acompañada de una evaluación cognitiva de su estado actual y de una respuesta afectiva cuyo objetivo es atender sus necesidades y ayudar a aliviar su sufrimiento.
Aunque es probable que para la mayoría de las personas la empatía sea una respuesta emocional y cognitiva al sufrimiento ajeno, no se limita a la noción expresada en la frase «siento vuestro dolor» popularizada por el ex presidente Bill Clinton y caricaturizada después por la cultura popular. También se puede sentir empatía con la alegría ajena.
Con frecuencia, la empatía con la alegría de otra persona surge de un profundo conocimiento personal de sus luchas pasadas, que hace que su felicidad sea más apreciada y sentida. El abrazo empático a otra persona incluso puede transformar su sufrimiento en dicha. Carl Rogers lo expresó de una manera conmovedora: “Cuando alguien se da cuenta de que lo escuchan de verdad, sus ojos se humedecen. Creo que, en el fondo, llora de alegría. Es como si dijera: «Gracias a Dios, hay alguien que me escucha. Hay alguien que sabe cómo me siento»”.
Durante el siglo pasado, el interés por la importancia y el impacto de la empatía en la conciencia y en el desarrollo social no dejó de crecer. Este interés se ha multiplicado durante la última década, cuando la empatía se ha convertido en un tema candente en campos profesionales que van desde la medicina hasta la gestión de recursos humanos.
Neuronas empáticas
Los biólogos hablan con entusiasmo del descubrimiento de las neuronas espejo —también llamadas neuronas de la empatía—, que establecen la predisposición genética a la respuesta empática en algunos mamíferos. La existencia de las neuronas espejo ha suscitado un debate muy intenso en la comunidad académica en torno a antiguos supuestos sobre la naturaleza de la evolución biológica y, especialmente, de la evolución humana.
Edward O. Wilson, biólogo de Harvard, puso en entredicho siglos de pensamiento sobre la naturaleza de la relación del ser humano con otros animales mediante su ensayo sobre la biofilia. Los teólogos cristianos siempre habían contemplado a los restantes seres vivos de una manera utilitarista, aduciendo que Dios había concedido al hombre el dominio sobre ellos y la potestad de tratarlos a su antojo. En general, y con la excepción de Francisco de Asís, la Iglesia consideraba que los animales, al igual que el ser humano, eran seres nacidos del pecado que, aunque útiles, tenían escaso valor intrínseco.
Tampoco los filósofos de la Ilustración mostraban mucho aprecio por los otros animales que pueblan la Tierra. La mayoría de ellos coincidía con René Descartes en que los seres vivos eran «autómatas sin alma» cuyos movimientos no eran muy diferentes de los de las figuras mecánicas del reloj de Estrasburgo.
Wilson plantea lo contrario; para él, el ser humano presenta una predisposición genética —un anhelo innato— a la compañía de otros animales, a relacionarse con ellos y con la naturaleza, y llega a afirmar que la creciente separación del resto de la naturaleza es causa de privaciones psicológicas y hasta físicas para nuestra especie.
Los educadores han alzado el estandarte del ajuste empático en el pujante campo de la «inteligencia emocional» señalando que la extensión y el compromiso empáticos son buenos indicadores del desarrollo psicológico y social de los niños. Algunos centros escolares de Estados Unidos han empezado a revolucionar sus planes de estudio para destacar la pedagogía empática, además de los programas más tradicionales centrados en la formación intelectual y profesional.
Ahora que las escuelas intentan ponerse a la altura de una generación que ha crecido con Internet y está acostumbrada a interactuar y a aprender en redes sociales abiertas, en las que comparte información en lugar de acumularla, están surgiendo nuevos modelos de enseñanza destinados a transformar la educación y conseguir que, en lugar de ser una competición, sea una experiencia de aprendizaje en colaboración. El service learning, o aprendizaje mediante actividades de voluntariado, ha revolucionado la experiencia escolar. En colaboración con instituciones públicas y privadas, millones de jóvenes realizan trabajos útiles y solidarios para mejorar la calidad de vida de la comunidad en la que viven.
Todas estas innovaciones educativas contribuyen a desarrollar la sensibilidad empática. El supuesto tradicional de que «el conocimiento es poder» y se usa para el beneficio personal se está enfrentando, al menos en algunos sistemas escolares, a la noción de que el conocimiento es una expresión de la responsabilidad común por el bienestar colectivo de la humanidad y del planeta como un todo.
Las evaluaciones iniciales del rendimiento escolar en los pocos lugares en los que se ha implantado la nueva enseñanza empática indican una clara mejora en la conciencia, la capacidad de comunicación y el pensamiento crítico de los jóvenes porque hace que sean más introspectivos, estén más atentos a las emociones, y tengan más capacidad cognitiva para comprender a los demás y responder con inteligencia y compasión.
Puesto que la capacidad para la empatía hace hincapié en no juzgar a los demás y en ser tolerante con otros puntos de vista, habitúa a los jóvenes a pensar en función de niveles de complejidad y los obliga a vivir en el contexto de unas realidades ambiguas donde no hay fórmulas ni respuestas simples, sino sólo una búsqueda constante de significados y comprensiones en común. Aunque todavía se halla en un estado incipiente, la nueva enseñanza empática tiene como objetivo preparar a los estudiantes para que puedan sondear los misterios de un universo existencial donde la pregunta fundamental no es sólo cómo, sino también por qué.
Incluso la economía, la llamada «ciencia pesimista», ha experimentado una transformación. A lo largo de dos siglos, la observación de Adam Smith de que la naturaleza predispone al hombre a mirar por sus propios intereses en el mercado ha sido la definición final e indiscutible de la naturaleza humana. En La riqueza de las naciones (1776), Smith sostenía: “Cada individuo en particular se afana continuamente en buscar el empleo más ventajoso para el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad; pero estos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja lo inclinan de manera natural, o más bien necesaria, al empleo más útil a la sociedad”.
Aunque la caracterización que hace Smith de la naturaleza humana sigue siendo una especie de Evangelio, ya ha dejado de ser sagrada. Las revoluciones de Internet y de las tecnologías de la información han empezado a cambiar la naturaleza del juego económico. Las formas de hacer negocios a través de la Red ponen en cuestión supuestos ortodoxos sobre el mercado que hablan del interés personal. La expresión caveat emptor —«sea precavido el comprador»— ha sido sustituida por la creencia de que todos los intercambios deberían ser, por encima de todo, totalmente transparentes.
La noción convencional según la cual toda transacción comercial es una especie de enfrentamiento ha sido desmentida por la colaboración en red basada en estrategias win-win, donde salen ganando las dos partes. En una red, optimizar el interés de los demás incrementa los activos y el valor de uno mismo. La cooperación puede más que la competencia. La norma es ahora compartir los riesgos y colaborar sin reservas ni restricciones en lugar de tejer intrigas y manipulaciones maquiavélicas. Pensemos en el caso de Linux, un modelo comercial que habría sido inconcebible veinte años atrás.
La idea que hay detrás de este negocio de software global es animar a miles de personas a que sientan empatía con otras que sufren problemas informáticos y a que cedan voluntariamente su tiempo y su experiencia con el fin de ayudarlos a solucionar esos problemas. La expresión altruismo económico ya no parece un oxímoron. Es indudable que Adam Smith no se lo creería. Pero Linux funciona y se ha convertido en competidor de Microsoft a escala mundial.
Las nuevas ideas sobre la naturaleza empática del ser humano han llegado incluso a la gestión de los recursos humanos, que empieza a destacar la inteligencia social tanto como la capacidad profesional. La capacidad de los empleados para empatizar con los demás, superando las barreras tradicionales de carácter étnico, racial, cultural y sexual, se considera cada vez más esencial para el rendimiento en las empresas, tanto en el puesto de trabajo en sí como en las relaciones de mercado externas. Aprender a trabajar en equipo de una forma atenta y compasiva se está convirtiendo en un procedimiento habitual de actuación en un mundo complejo e interdependiente.
¿Qué nos dice esto de la naturaleza humana? ¿Es posible que esta naturaleza, en lugar de ser intrínsecamente malvada, interesada y materialista, sea empática, y que todos los demás impulsos o instintos que hemos considerado primarios -agresividad, violencia, egoísmo, codicia- sean impulsos secundarios que surgen de la represión o la negación de nuestro instinto más básico?
Wilson plantea lo contrario; para él, el ser humano presenta una predisposición genética —un anhelo innato— a la compañía de otros animales, a relacionarse con ellos y con la naturaleza, y llega a afirmar que la creciente separación del resto de la naturaleza es causa de privaciones psicológicas y hasta físicas para nuestra especie.
Los educadores han alzado el estandarte del ajuste empático en el pujante campo de la «inteligencia emocional» señalando que la extensión y el compromiso empáticos son buenos indicadores del desarrollo psicológico y social de los niños. Algunos centros escolares de Estados Unidos han empezado a revolucionar sus planes de estudio para destacar la pedagogía empática, además de los programas más tradicionales centrados en la formación intelectual y profesional.
Ahora que las escuelas intentan ponerse a la altura de una generación que ha crecido con Internet y está acostumbrada a interactuar y a aprender en redes sociales abiertas, en las que comparte información en lugar de acumularla, están surgiendo nuevos modelos de enseñanza destinados a transformar la educación y conseguir que, en lugar de ser una competición, sea una experiencia de aprendizaje en colaboración. El service learning, o aprendizaje mediante actividades de voluntariado, ha revolucionado la experiencia escolar. En colaboración con instituciones públicas y privadas, millones de jóvenes realizan trabajos útiles y solidarios para mejorar la calidad de vida de la comunidad en la que viven.
Todas estas innovaciones educativas contribuyen a desarrollar la sensibilidad empática. El supuesto tradicional de que «el conocimiento es poder» y se usa para el beneficio personal se está enfrentando, al menos en algunos sistemas escolares, a la noción de que el conocimiento es una expresión de la responsabilidad común por el bienestar colectivo de la humanidad y del planeta como un todo.
Las evaluaciones iniciales del rendimiento escolar en los pocos lugares en los que se ha implantado la nueva enseñanza empática indican una clara mejora en la conciencia, la capacidad de comunicación y el pensamiento crítico de los jóvenes porque hace que sean más introspectivos, estén más atentos a las emociones, y tengan más capacidad cognitiva para comprender a los demás y responder con inteligencia y compasión.
Puesto que la capacidad para la empatía hace hincapié en no juzgar a los demás y en ser tolerante con otros puntos de vista, habitúa a los jóvenes a pensar en función de niveles de complejidad y los obliga a vivir en el contexto de unas realidades ambiguas donde no hay fórmulas ni respuestas simples, sino sólo una búsqueda constante de significados y comprensiones en común. Aunque todavía se halla en un estado incipiente, la nueva enseñanza empática tiene como objetivo preparar a los estudiantes para que puedan sondear los misterios de un universo existencial donde la pregunta fundamental no es sólo cómo, sino también por qué.
Incluso la economía, la llamada «ciencia pesimista», ha experimentado una transformación. A lo largo de dos siglos, la observación de Adam Smith de que la naturaleza predispone al hombre a mirar por sus propios intereses en el mercado ha sido la definición final e indiscutible de la naturaleza humana. En La riqueza de las naciones (1776), Smith sostenía: “Cada individuo en particular se afana continuamente en buscar el empleo más ventajoso para el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad; pero estos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja lo inclinan de manera natural, o más bien necesaria, al empleo más útil a la sociedad”.
Aunque la caracterización que hace Smith de la naturaleza humana sigue siendo una especie de Evangelio, ya ha dejado de ser sagrada. Las revoluciones de Internet y de las tecnologías de la información han empezado a cambiar la naturaleza del juego económico. Las formas de hacer negocios a través de la Red ponen en cuestión supuestos ortodoxos sobre el mercado que hablan del interés personal. La expresión caveat emptor —«sea precavido el comprador»— ha sido sustituida por la creencia de que todos los intercambios deberían ser, por encima de todo, totalmente transparentes.
La noción convencional según la cual toda transacción comercial es una especie de enfrentamiento ha sido desmentida por la colaboración en red basada en estrategias win-win, donde salen ganando las dos partes. En una red, optimizar el interés de los demás incrementa los activos y el valor de uno mismo. La cooperación puede más que la competencia. La norma es ahora compartir los riesgos y colaborar sin reservas ni restricciones en lugar de tejer intrigas y manipulaciones maquiavélicas. Pensemos en el caso de Linux, un modelo comercial que habría sido inconcebible veinte años atrás.
La idea que hay detrás de este negocio de software global es animar a miles de personas a que sientan empatía con otras que sufren problemas informáticos y a que cedan voluntariamente su tiempo y su experiencia con el fin de ayudarlos a solucionar esos problemas. La expresión altruismo económico ya no parece un oxímoron. Es indudable que Adam Smith no se lo creería. Pero Linux funciona y se ha convertido en competidor de Microsoft a escala mundial.
Las nuevas ideas sobre la naturaleza empática del ser humano han llegado incluso a la gestión de los recursos humanos, que empieza a destacar la inteligencia social tanto como la capacidad profesional. La capacidad de los empleados para empatizar con los demás, superando las barreras tradicionales de carácter étnico, racial, cultural y sexual, se considera cada vez más esencial para el rendimiento en las empresas, tanto en el puesto de trabajo en sí como en las relaciones de mercado externas. Aprender a trabajar en equipo de una forma atenta y compasiva se está convirtiendo en un procedimiento habitual de actuación en un mundo complejo e interdependiente.
¿Qué nos dice esto de la naturaleza humana? ¿Es posible que esta naturaleza, en lugar de ser intrínsecamente malvada, interesada y materialista, sea empática, y que todos los demás impulsos o instintos que hemos considerado primarios -agresividad, violencia, egoísmo, codicia- sean impulsos secundarios que surgen de la represión o la negación de nuestro instinto más básico?
Jeremy Rifkin: Autor de “La civilización empática”, Paidós, 2010.
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