viernes, 20 de agosto de 2010

¿Culpabilidad de los padres?


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Niños o niñas “problema” 
¿Culpabilidad de los padres?

Es usual que cuando un niño, o una niña, manifiesta un comportamiento inadaptado, que genera problemas tanto en la escuela como en la comunidad y el hogar, de inmediato se culpabilice a los padres por la ausencia, insuficiencia o inadecuación de “correctos procedimientos” educativos... ¿Es cierto esto? ¿No será posible que los padres lleguen a ser más víctimas que culpables de los inadecuados comportamientos del niño “problema”?

Hay pequeños que exhiben comportamientos poco adaptativos a los que ha dado en denominarse como niño, o niña, “problema”, “difíciles”, “imposibles” o con trastornos de conducta. En cualquier caso, está presente la idea de que se trata de una criatura desordenada, irreverente, desafiante, destructiva, indisciplinada y quien sabe cuantos epítetos más.

La presencia de un infante con estas características provoca malestar y consecuente rechazo en aquellos que están en su radio de acción y que, por lo regular, se manifiesta con la expresión de censura de “¡que niño más malcriado!” Y aquí empiezan precisamente nuestra reflexión y análisis en los que quisiéramos detenernos brevemente.

¿Qué significa ser “malcriado”? Si descomponemos el término, significa “ser-malcriado”, o sea, ¡maleducado! Y ¿a quién corresponde la responsabilidad de criar y educar a las nuevas generaciones? Evidentemente ¡a los padres! La “lógica” conclusión entonces sería que los padres son los responsables —o mejor dicho ¡culpables!— de las dificultades en el comportamiento de estos niños... y por lo tanto son juzgados y censurados, con tanta o más severidad que sus hijos, por tolerantes, indiferentes, poco enérgicos, flojos y otra serie de calificativos.

¿Es así realmente? A pocas cosas en la vida se pueden responder tajantemente con un sí o con un no, por la multiplicidad de aristas que todo tiene en la existencia humana. No ocurre nada distinto entonces en el asunto que nos ocupa, pero me corresponde tomar partido y evitar respuestas ambiguas, por lo que me atrevería entonces a afirmar que muchas veces los padres son víctimas más que culpables del comportamiento no deseado de sus hijos. Lo que sucede es que la familia es un complejo sistema y como todo sistema vivo evoluciona en el tiempo, por lo que todos los factores presentes se potencian entre sí a lo largo de la dimensión temporal, y es muy difícil identificar —cuando no imposible— dónde está la causa y dónde el efecto. Por ello, culpabilizar lapidariamente a los padres sería injusto y obstaculizaría el encontrar soluciones —¡que es, en última instancia, lo más importante!— a los problemas de conducta del niño “imposible”.


Webster-Stratton y Herbert se refieren a esta temática con la afirmación:

"Ser Padres de un Niño con Trastornos de Conducta: 
Familias bajo Asedio"

Ello implica que los padres que, lamentablemente, tienen un hijo con trastornos de conducta se encuentren bajo un constante hostigamiento derivado del mal comportamiento de sus hijos, por el malestar y desorden que estos provocan, que llega a hacerse incontrolable, y por el efecto de “ondulación” (del inglés ripple effect) que se produce y en el que, como veremos más adelante, se afectan las relaciones de los padres dentro y fuera del sistema familiar y —a modo de círculo vicioso— como consecuencia negativa, empeora el comportamiento inadaptado del niño.

Comencemos por tratar de comprender cómo son percibidos estos niños por sus padres y cuáles son los comportamientos que más resaltan al esbozar sus características: La primera de ellas es que el niño es visto como un “déspota” o “tirano” que busca imponer sus deseos o puntos de vista, e ignora o devalúa los de los demás y apela para ello a una de sus más desagradables peculiaridades: la agresividad.

Esta agresividad se expresa contra los padres, los hermanos, los coetáneos, los animales o los objetos, y es particularmente destructiva con estos últimos. Complicado puede ser la agresividad hacia otros infantes ya que estos tenderán a rechazar al niño “problema”, y los padres de aquellos le prohibirán jugar o relacionarse con él. Esto es lesivo para la socialización y vivencia de ser aceptado del niño “imposible”, a la vez que lastimará la sensibilidad y propiciará el enojo de sus propios padres, al percibir estos que su hijo es discriminado o rechazado por sus coetáneos y también por los padres de aquellos.

Los niños “problema” son, también, frecuentemente percibidos como desobedientes y desafiantes y que constantemente “prueban fuerzas” con los padres, al elevar sus exigencias en espiral infinita, cada vez que estos ceden a sus presiones y exigencias. Como resulta lógico suponer, los recursos de los padres se van agotando, se sienten cada vez más y más cansados hasta llegar a un literal estado de desesperanza —en el que ¡todo se intentó y nada funcionó!—, y se impone la “dictadura” del niño “imposible” dada la inhabilidad de los padres para manejarlo.

Es interesante que aunque los padres refieren muchas otras características no deseables como trastornos de los hábitos (sueño, alimentación, higiene, etc.), pobre adaptabilidad social, dificultades para aprender (no imputables a Retraso Mental), distractibilidad e hiperactividad, insisten en hacer énfasis especial en la presencia de ciertas cualidades positivas del niño, particularmente el hecho de ser un niño cariñoso... pero que cambia, para mal, muy rápido de estado de ánimo cuando algo le desagrada, lo que hace muy impredecible su comportamiento y conduce a que los padres estén siempre en guardia, a la expectativa de que algo malo vaya a suceder, dado que los problemas y dificultades pueden emerger en cualquier momento y lugar.

Es lógico suponer que la convivencia con un niño como el descrito, de cuyo bienestar y adaptación social se es responsable, tiene un impacto devastador en todo el sistema familiar, que empieza, —¡muy en particular!— por las propias relaciones maritales de los padres que, debido al desgaste en el esfuerzo por controlar al niño, disponen de muy poco tiempo para dedicarse a cultivar su intimidad, espacio al que debe brindársele especial atención en cualquier sistema familiar:

Hacer familia es mucho más que tener hijos... es algo que empezó por un proyecto de vida entre dos que se amaban, y que no deberían dejar de hacerlo, aunque sea en formas distintas.

Pero lamentablemente cuando se tiene un niño con determinado trastorno conductual, en las pocas ocasiones en que la pareja tiene algo de tiempo para íntimamente dedicarse el uno al otro, lo “malgastan” en largas conversaciones sobre el niño, o niña, “problema”.

Aquí es preciso señalar que generalmente es la madre quien permanece la mayor parte del tiempo con el niño y es por lo tanto la más “asediada” y la que más desgaste de recursos tiene; es más tensa su relación con el niño y está entonces más comprometido su bienestar emocional. Regularmente el padre, por el contrario, permanece menos tiempo con el niño y tiene con este una relación más fácil; el niño “problema” por lo general es mucho menos despótico y tiránico con la figura paterna, a quien tiende a respetar mucho más que a la figura materna.

Lo anterior puede contribuir a complicar las relaciones entre ambos padres, quienes tendrán apreciaciones diferentes del comportamiento problemático del niño: El padre se lamenta de que la madre no sólo se ocupa cada vez menos de él, sino que continuamente le reprocha por su poca colaboración en el manejo del niño al que él no ve tan problemático... la madre, por su lado, le reprochará al padre un distanciamiento y poca implicación, y también una supuesta insensibilidad y pasividad ante el comportamiento del niño que ella percibe como caótico. Este mutuo resentimiento sólo intensifica la tensión hogareña y la inefectividad en el manejo educativo del niño, que legitima el viejo refrán de: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

En este contexto las madres refieren una sensación de incompetencia (de ¡ser un fiasco!), por sentirse culpables de haber fracasado en la educación de los hijos —fortalecido por el constante criticismo del esposo y otras personas significativas— y por la sensación de que su matrimonio y toda su vida son un desastre. La resultante es una paralizante depresión o una hostil actitud hacia todo, lo que en su conjunto no es más que una sensación de desesperanza y desamparo que ningún favor le hacen a la educación —¿o reeducación?— del niño.

El impacto de la presencia de un niño “imposible” en el hogar, con el que se convive a diario, se expande de manera tanto directa como indirecta a los hermanos. Directamente los hermanos son víctimas de las agresiones tanto físicas como verbales del niño imposible, que los hace sentirse mal en el hogar y desarrollar ellos mismos conductas hostiles o inadaptadas. Indirectamente se pueden comprometer las relaciones de los hermanos con sus padres, pues se sentirán relegados a un segundo plano al percibir que casi todas las preocupaciones de los padres giran en torno al niño imposible, que les roba la atención y cariño que creen merecer. Esto los puede llevar a comportamientos inadaptados en la competencia por la atención de los padres.

Estos últimos, a su vez, pueden tener elevadas expectativas compensatorias para con los hermanos, con exigencias de que sean un dechado de virtudes, una especie de “niño modelo” que reivindique el “fracaso” educativo con el niño “problema”. Se trata por lo regular de expectativas tan elevadas que, lejos de favorecer, lo que hacen es enturbiar las relaciones con los padres y complicar más aún la ya compleja situación familiar... lo que nuevamente en nada favorece un mejor comportamiento del niño.

Pero el impacto de las conductas inadaptadas del niño problema no se limita a la vida familiar, con frecuencia se generaliza a otros miembros de la familia extendida (abuelos, tíos, primos, etc.) quienes por lo general se distancian o asumen posiciones críticas y de rechazo al mal comportamiento del pequeño e insisten en aconsejar a los padres de este sobre como “deberían” tratarlo. Esto último en ocasiones —¡ironías y paradojas de la vida!— está reforzado por el hecho de que, según Webster-Stratton y Herbert:

“...algunas veces los niños no se comportan tan mal con los abuelos como sí lo hacen en el hogar...”

lo que significa una devaluación adicional a los ya desesperanzados padres quienes se sumen más aún en su sensación de desamparo e incompetencia; sensación que en nada contribuye a un mayor control del niño “problema” y por el contrario fortalece su comportamiento inadaptado.

Finalmente, el impacto de ser padre o madre de un niño con trastornos de conducta extiende a casi todo el sistema de relaciones interpersonales con la comunidad. El comportamiento inadaptado del niño “problema” conduce a un rechazo por parte de muchos miembros de los diferentes contextos humanos en que se mueven los padres, a una estigmatización y un aislamiento social... lo que se complica más aún, por cuanto los padres se “auto-aislarán” para evitar reproches y censuras y llegan a “enquistarse” en la vida hogareña lo que empeora la situación, dado que la diaria convivencia en el reducido espacio físico del hogar, lejos de relajar, tensa más aún una compleja situación que se hace intolerable.

Y es lamentable, según nuestra experiencia profesional, que cuando así ocurre es a la madre a quien —según la popular expresión— le toca “bailar con la más fea”, quien en más desventajosa posición queda, no sólo por ser quien más tiempo permanece con el niño y debe, en consecuencia, ser quien imponga (¿...?) la autoridad, sino porque con más frecuencia de la deseada otros miembros que pudieran ayudar, literalmente huyen de una situación ya desgastante: los hermanos, en cuanto pueden, no permanecen un minuto en casa y el padre sale a buscar aires más “frescos” que suelen conducir a rupturas matrimoniales y el distanciamiento paterno del hogar... lo que agudiza la situación pues ahora no sólo ya el niño ha visto perdida o debilitada la autoridad del padre (que como dijimos con anterioridad puede ser un efectivo muro de contención de la conducta inadecuada del pequeño), sino que la madre se sentirá más desamparada aún, abandonada afectivamente y por tanto más auto devaluada.

Entonces, amigo lector, ¿son en realidad tan culpables los padres por tener un niño “problema”? ¿No son también, en realidad, un poco víctimas? ¿No sería preferible en muchos casos —¡no todos!— tratar de comprenderlos y ayudarlos antes de censurarlos?

Unas palabras finales —¡por ahora!—, concluir aquí puede dejar a los que me lean una sensación demoledora de que ¡no hay nada que hacer! Nada más lejos de la realidad, es mucho lo que se puede hacer en aras de, al menos, mejorar y afrontar con una óptica más optimista situaciones como la descrita, pero este espacio es reducido, ¡dejémoslo como pronta continuación de este trabajo! 
Por: Miguel Ángel Roca Perara

Decálogo para formar un delincuente

  1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.

2. No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.


3. Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.


4. No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.


5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demas.


6. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.


7. Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.


8. Dele todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.


9. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.


10. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
El Decálogo del artículo del Juez viene de un informe confeccionado por la Dirección General de Policía de Seattle (Washington), con una irónica serie de "consejos" para los padres que quieran hacer de sus hijos unos delincuentes. Pretende llamar la atención de los padres sobre su enorme responsabilidad y sobre la tremenda influencia que con sus malos ejemplos y una errónea formación pueden ejercer sobre sus hijos. El informe de la policía de Seattle, dirigido a los padres, termina diciendo: "Y cuando su hijo sea ya un desastre, proclame que nunca pudisteis hacer nada por él"


Respuestas de alumnos de segundo de primaria a las siguientes preguntas:

¿Por qué hizo Dios a las Madres?

1. Principalmente para limpiar la casa.
2. Para ayudarnos cuando estábamos naciendo.
3. Porque es la única que sabe donde están mis calcetines.

¿Cómo hizo Dios a las Madres?

1. Usó tierra, como lo hizo para todos los demás.
2. Con magia además de súper poderes y mezclar todo muy bien.
3. Dios hizo a mi mamá así como me hizo a mí, sólo que con cachos más grandes.

¿Qué ingredientes usó?

1. Dios hizo a las madres de nubes y pelo de ángel y todo lo bueno en este mundo y una pizca de malo.
2. Tuvo que empezar con huesos de hombres y después creo que usó cuerda, principalmente.
3. Con carne blandita que olía muy bien.

¿Por qué Dios te dio a tu mamá en vez de otra mamá?

1. Porque somos parientes.
2. Porque Dios sabía que ella me quería más a mí que otras mamás me quieren.
3. Porque mi mamá me había pedido para ella.

¿Qué clase de niña era tu mamá?

1. Mi mamá siempre ha sido mi mamá y nada de esas cosas.
2. No sé porque no estaba yo allí, pero creo que era muy mandona.
3. Yo la he visto en una foto y era una niña muy antigua.

¿Qué necesitaba saber tu mamá de tu papá antes de casarse con él?

1. Su apellido.
2. Si me quería para hijo
3. Si tenia dinero para gastar

¿Por qué se casó tu mamá con tu papá?

1. Porque mi papá hace el mejor spaghetti en el mundo y mi mamá come mucho.
2. Porque mi papá era muy pesado y la convenció.
3. Mi abuela dice que porque no se puso su gorra para pensar.

¿Quién es el jefe en tu casa?

1. Mi mamá no quiere ser jefe pero tiene que serlo porque mi papá es un chistoso.
2. Mi mamá, porque ve todo en la inspección de mi cuarto. Ella ve hasta lo que hay debajo de mi cama.
3. Creo que mi mamá, pero sólo porque ella tiene más cosas que hacer que mi papá.

¿Cuál es la diferencia entre las mamás y los papás?

1. Las mamás trabajan en el trabajo y en la casa y los papás sólo van al trabajo.
2. Las mamás saben hablar con las maestras sin asustarlas y hacer muchas magias.
3. Los papás son más altos y fuertes, pero las mamás tienen el verdadero poder porque a ellas les tienes que pedir permiso cuando quieres quedarte a dormir en casa de un amigo.

¿Qué hace tu mamá en su tiempo libre?

1. Las mamás no tienen tiempo libre.
2. Va a la compra o pone la lavadora.
3. Me ayuda a hacer los deberes y me lee cuentos.

¿Qué haría a tu mamá perfecta?

1. Por adentro ya es perfecta, pero afuera creo que un poco de cirugía plástica en la tripa.
2. Ya sabes, su pelo, yo lo teñiría tal vez de azul.
3. Que no tuviera que repartírmela con mi hermana.

¿Si pudieras cambiar algo de tu mamá, que sería?

1. Tiene esa cosa rara de pedirme que siempre limpie mi cuarto. Eso le quitaría.
2. Haría a mi mamá menos cotilla, está todo el día preguntándome cosas.
3. Me gustaría que desaparecieran esos ojos invisibles que tiene atrás de su cabeza.

ES UNA PENA QUE CREZCAN.

Adolescentes malcriados, adultos fracasados

Querer a un hijo implica algo más que facilitarle su vida, implica enseñarle y exigirle hacerse responsable de sus actos. Y en ocasiones, las consecuencias de sus acciones son desafortunadas. Tendrá que conocer el éxito y la derrota, aprender a caerse y levantarse. Así desarrollará todo su potencial para el desempeño efectivo (con la orientación de sus padres, por supuesto). Pero lo intolerable es la permisividad o indiferencia de los padres ante la frecuente violencia verbal o física del adolescente, su irrespeto a las figuras parentales y la violación de las normas. Un adolescente que no acata las normas racionales del hogar ni respeta a sus padres, es una pareja potencialmente fracasada en el futuro. No puedo “repartir flores entre mi prójimo” si reparto espinas a mis padres. Me refiero a hogares donde los padres han sido demasiado permisivos ante los excesos juveniles. Que no han sabido ejercer su autoridad, sino que se han limitado a reprochar, reclamar y quejarse de los hijos, sin establecer precedentes ni condicionamientos ni programas de refuerzo positivo-negativo. 

Comprendo que los adolescentes reaccionen de manera violenta si provienen de hogares similares, cuyos padres, se han desbordado en sus impulsos, en vez de ser ejemplos de control y afecto. Pero, en este artículo me refiero a los adolescentes malcriados provenientes de hogares exageradamente complacientes, tolerantes y permisivos. Si Ud. es incapaz de ponerle límites a sus hijos “ofensivos y negligentes”, entonces aténgase al futuro de éstos. Los demás tampoco le aguantaran su impulsividad, inmadurez y mala crianza (ni siquiera su futura pareja). 


En un hogar permisivo, donde los padres no ejercen su autoridad y no se aseguran de hacer cumplir las normas y reglas de juego frente a unos muchachos que pecan por sus excesos, se cultiva la semilla del fracaso sentimental del futuro. Al no haber equilibrio entre el afecto y la disciplina, los adolescentes se desajustan emocionalmente y crecen en un ambiente descompensado. Resultado: jóvenes consentidos y con poca iniciativa, pereza ante el esfuerzo sostenido o ante las metas importantes, intolerantes frente a un “no”, anteponen lo material antes que lo meritorio. Se rinden fácilmente ante la mínima exigencia y se irritan ante las divergencias. Habituados a recibir complacencia incondicional y sin méritos. Saben recibir, pero dan poco. Generalmente ignoran deliberadamente las responsabilidades y normas, atreviéndose a competir con sus padres en los niveles de autoridad. Dan la impresión de ser autosuficientes, en ocasiones, y rara vez prestan atención a sus padres u otros. Estos adolescentes no conocen sus limitaciones porque sus padres permisivos los educaron con la premisa de que “hay que darles todo para que sean felices”. “Quiero darles a mis hijos, lo que yo no tuve”. “No quiero que mis hijos pasen por la crisis que yo pasé”. 


La intención es buena, es noble, pero el método o procedimiento es inadecuado. Darle todo a los hijos implica también un equilibrio entre los beneficios y privilegios con la disciplina y el mérito. Las cosas se ganan tras un esfuerzo. No se regalan, no porque no se lo merezcan, sino porque hay que establecer el paradigma de la meritocracia, al fin y al cabo, eso prevalecerá en la etapa adulta. Un adolescente que desconsidera e irrespeta a sus padres, sus seres más queridos, es un arma en potencia contra las demás personas, sobre todo con su futura pareja. Porque, quien no es sensible ante sus padres, no lo será con su pareja luego.
El adolescente malcriado te agradecerá (mañana) que le pongas límites, hoy. Aunque resulten antipáticas las medidas disciplinarias, son necesarias y terminan beneficiando a propios y extraños. No todo lo que nos duele, es malo. También ciertas inyecciones duelen, pero curan. Es una responsabilidad -y un deber- que tenemos con nuestros hijos el enseñarles sus restricciones. Un adolescente caprichoso y grosero con sus padres, al punto de desvalorizarlos, es capaz de hacerle lo mismo mañana a TODOS los demás, no tendrá estabilidad sentimental. Entonces, seremos cómplices de sus fracasos, por no haberles enseñado el equilibro entre “sus derechos y sus deberes”. Como padres NO BASTA que les hablemos a nuestros hijos, debemos asegurarnos que comprendan y sean responsables consigo mismos, que aprendan a gobernarse a sí mismos. Que actúen a favor de sí mismos, sin perjuicio de los demás. Sobre todo debemos constituirnos en el ejemplo de lo que le pedimos. De lo contrario, nuestras palabras serán gritos al viento. 
Psic. Joseph Chakkal Abagi

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