¿CUÁNDO COMENZAMOS?
Pablo (17) cierra violentamente la puerta tras de sí y se aleja sin mediar explicación de la casa de sus padres. Desde hace un par de años que se pelea constantemente con ellos. Su última “pataleta” fue porque no acepta que le impongan una hora para volver del “carrete”, a pesar de que fue sorprendido manejando sin licencia, a exceso de velocidad y bajo la influencia del alcohol. Y de eso ha pasado sólo un par de meses. Es que se siente un adulto y considera que sus excesos son “gajes del oficio”. Así, con esa desfachatez, define sus alocadas noches junto a sus amigos, todos de la misma edad. Sus papás no entienden qué le ocurre. Nada parece importarle, ni siquiera el hecho de que, debido a su pobre desempeño en el colegio, es muy probable que ni siquiera consiga ingresar a la universidad. “No sé que hicimos mal, ¿en qué nos equivocamos?”, se lamenta Angélica, su madre.
Con profunda decepción alega que “su niño” no se conmueve con nada: “ni siquiera con la tremenda angustia que sentimos cuando se mete en problemas”. Lo que esta familia no ha considerado es un factor crucial tras el comportamiento de Pablo: la biología de su cerebro.
Con profunda decepción alega que “su niño” no se conmueve con nada: “ni siquiera con la tremenda angustia que sentimos cuando se mete en problemas”. Lo que esta familia no ha considerado es un factor crucial tras el comportamiento de Pablo: la biología de su cerebro.
Por muchos años la ciencia estuvo convencida de que el cerebro del ser humano llegaba a su máximo desarrollo a los 12 años. Los conocidos ritos de iniciación en la mayoría de las culturas ocurrían a esa edad y la literatura sicológica -como los tratados de Piaget- colocaban esta etapa como el último peldaño en la evolución cognitiva. Algunos teóricos incluso llegaron a argumentar que la adolescencia era un invento de la era posrevolución industrial.
Pero con el avance en la exploración del cerebro, la ciencia está demostrando que todas esas actitudes que cualquier padre de adolescente resiente -estallidos emocionales, riesgos innecesarios o el constante afán por romper las reglas- tienen una base cerebral. El tema ha evolucionado a tal punto en Estados Unidos que el sistema penal está considerando a la adolescencia como un “atenuante”. Es que lo que comienza precisamente a los 12 años en la mente de los jóvenes es una verdadera tormenta emocional.
Agotados todo el día: su cerebro se está desarrollando. A los seis años de edad, el 90% del cerebro humano está desarrollado. El otro 10% tardará por lo menos hasta los 20 años en desarrollarse. Hasta los 12, sólo es crecimiento: las neuronas comienzan a expandir sus conexiones tal como un arbusto que extiende sus ramas, creando nuevos “caminos” para conectar las distintas áreas cerebrales. Es lo que se conoce como proliferación de la materia gris, clave para coordinar acciones motoras y sensoriales. Pero al llegar a los 12 años este proceso se detiene y comienza lo que se conoce como “poda cerebral”, que no es otra cosa que el desarrollo del 10% restante del cerebro. Esto es una suerte de “esculpido” del cerebro. El siquiatra Patricio Fischman explica: “Se van eliminando las conexiones que no se usan y quedan sólo las que se necesitan”. Por ello, la materia gris se va perdiendo a razón de 0,7% al año.
Al mismo tiempo, la mielina -una especia de grasa que recubre las conexiones nerviosas como el aislamiento de los cables eléctricos- se va engrosando, haciendo que la transmisión de las señales sea más rápida y eficiente. Con cada año que pasa, la mielina se vuelve más espesa, tal como los anillos de los árboles que van engrosando el tronco. Es aquí cuando empiezan a forjarse las habilidades más complejas, como la planificación, el razonamiento, el juicio y la toma de decisiones. Claro que todas ellas no llegan a su maduración completa, sino hasta pasado los 20 años de edad.
Todo esto requiere un profundo consumo de energía y, por ende, explica, algunos de los rasgos más habituales de los adolescentes: el permanente agotamiento en que viven y los problemas de aprendizaje que suelen surgir a los 12 ó 13 años. De hecho, son años que coinciden con los de mayor repitencia escolar. El 5,6% de los alumnos no logra pasar de curso entre séptimo y octavo básico.
ERRÁTICOS, ANTOJADIZOS E IMPULSIVOS
Para entender el comportamiento errático que suelen tener los adolescentes hay que tener en cuenta cómo se “ejecuta” esta poda cerebral. El proceso se va realizando desde la parte posterior del cerebro hacia adelante. Y es aquí dónde radica la clave: lo primero que madura son las áreas asociadas con las emociones y la afectividad (sistema límbico). Por eso, los adolescentes procesan toda la información que reciben en esa zona, explica el doctor Francisco Aboitiz, profesor del Laboratorio de Neurociencia Congnitiva del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Católica. Es decir, sus actos no consideran aspectos racionales sino meramente emocionales. Eso es lo que los lleva a correr riesgos que los adultos pensarían dos veces antes de tomar, como conducir ebrios o a exceso de velocidad después de robar las llaves del auto del papá sin importarles las consecuencias. Están siempre buscando experiencias que les provoquen emociones intensas.
Antes de los 20 años, la parte del cerebro relacionada con el juicio, la toma de decisiones y el control de los impulsos (corteza prefrontal) aún no se ha desarrollado. Esa área puede definirse como el “gerente general del cerebro”, dice Fischman. “Es como si todo el cerebro fuera una empresa y en esta etapa las decisiones las tomaran los mandos inferiores, incapaces de coordinar el conjunto del negocio”. “Los científicos y el público en general atribuían las malas decisiones de los adolescentes a los cambios hormonales. Pero una vez que comenzaron los análisis sobre cambios cerebrales, podemos asegurar que la parte del cerebro que hace a las personas más responsables aún no ha terminado de madurar”, dice a la revista Time, Elizabeth Sowell, neurocientífico de la Universidad de California. Esto hace, además, que los adolescente exhiban un pensamiento lineal, es decir que se enfocan en sólo un aspecto determinado de un problema. Son incapaces de ver las aristas y mirar al conjunto para tomar sus decisiones.
REACCIONES VIOLENTAS
Las hormonas, sin embargo, siguen siendo una parte importante en la historia de la adolescencia. En la pubertad, los ovarios y testículos liberan estrógenos y testosterona en el torrente sanguíneo, estimulando el desarrollo del sistema reproductivo, causando el brote del vello, generando estragos en la piel y modelando un cuerpo de adulto. Recientes descubrimientos, sin embargo, muestran que las hormonas sexuales también inciden en el cerebro, directamente sobre químicos cerebrales que regulan el estado de ánimo y excitabilidad. Eso, por una parte. Pero también entra en escena nuevamente la zona cerebral que controla las emociones, específicamente una parte llamada amígdala, que sirve para discriminar las emociones.
Si una discusión aparentemente leve en la calle puede parecerles una guerra campal o el regaño de sus padres por las malas notas es leído como una descalificación que los hiere profundamente, se debe a que en los adolescentes la amígdala está más activa, por lo que no son capaces de identificar bien las emociones en las otras personas y sobrerreaccionan.
Una prueba realizada en la Universidad de Harvard lo deja claro: se pidió a grupos de adolescentes y adultos que miraran determinadas fotos y reconocieran la emoción de los rostros. Mientras los adultos cometiron muy pocos errores en asociar el gesto de la foto con la emoción que correspondía, los menores tendían a confundir las expresiones de miedo con enojo y la tristeza con la hostilidad.
Como la amígdala fue una de las primeras áreas que evolucionaron en el cerebro humano, es fundamental para responder ante el peligro: es la que da la orden de pelear o escapar. Con el paso de los años la zona racional comienza a moderar esta respuesta, ajustándola a las circunstancias. Pero como el adolescente aún no la tiene desarrollada, tiende a reaccionar en forma persecutoria y con una violencia excesiva ante hechos que no lo ameritan.
¡LO QUIERO AHORA!
¿Le cuesta convencer a su adolescente que deje el sofá y la televisión y se ponga a hacer sus tareas? Para esa “flojera” que suele irritar a los adultos puede culpar al centro de recompensa del cerebro (estriado ventrial), ubicado en la parte posterior. Las imágenes cerebrales han revelado que este sector está mucho más activo en la adolescencia, haciendo que los jóvenes actúen como si los gobernara una suerte de “imperiosa necesidad” por obtener satisfacciones rápidas. Por ello, nada que no signifique una gratificación inmediata los motivará a persistir. Mucha emoción y poco esfuerzo. Ese es el mandato de la adolescencia. Por ello, la recomendación de los expertos es clara: las instrucciones que se les den deben apelar a beneficios inmediatos. Eso será más efectivo que plantearles ventajas a largo plazo.
¿NUNCA SE DUERME?
Persuadir a un adolescente para ir a la cama y levantarse en un horario razonable es otro asunto complicado de la vida cotidiana. Pero también tiene una explicación cerebral: al retroceder la luz del día una glándula (pineal) ubicada en la base del cerebro es la encargada de producir una sustancia química (melatonina) que ordena al cuerpo prepararse para dormir. Diversos estudios han demostrado que en los adolescentes este proceso toma más tiempo.
por Ricardo Acevedo Post Anteriores:
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